Jaén no se acaba nunca

A Jaén le pasa como a París, que no se acaba nunca. Nunca se acaba de conocer, nunca de sorprender a propios y extraños; de embrujar a cuantos vivimos en ella y crispar a quienes quieren dejarla como a una amante molesta, entrometida y caprichosa. No se acaban sus cuestas, ni sus vistas, ni su Catedral. Y tampoco se acaba su miopía.Ese Jaén al que los árboles no le deja ver el bosque, que se niega a ponerse gafas para distinguir el futuro, se siente agusto con las polémicas, con la queja diaria. Da igual la remodelación que se hubiera presentado para la plaza de Santa María o qué se vaya a hacer con los magnolios. Cualquier proyecto hubiera despertado la protesta irreflexiva de algún colectivo, acompañada del ‘NO’ frontal del Partido Popular, que aunque en esta ocasión no se ha abrazado a ningún magnolio, porque quienes convocaban la protesta eran ecologistas y tienen cierto tufillo a izquierdas, no descarten brotes psicóticos cuando se acerque el día de la tala. Estos ecologistas a los que se las trae al pario el parque botánico de la carretera de Córdoba, tan abandonado como desconocido para los jienenses, agricultores de matas de tomate y pimientos en las macetas de sus pisos o en el jardín de sus casas, miopes verdes declarados, se preocupan más por las migas que caen y ensucian su tarima flotante, que por el pan que se enflorece encima de la mesa. Estaría bien que los dichosos magnolios (que mira que me gustan a mí cómo quedan en la plaza ahora) pudieran integrarse en el proyecto, tal vez en la Carrera de Jesús hasta la calle Almenas, ahora que van a ser peatonales, pero como resulta que dicen que no se pueden trasplantar, pues descansen en paz, qué le vamos a hacer, que como Jaén no se acaba nunca, igual que el París de Hemingway y de su doble físico, Enrique Vila-Matas (al que yo sí le encuentro parecido con el escritor amaricano), habrá que mirar hacia adelante, que como decía Proust, el pasado no sólo no es fugaz, sino que no se mueve de sitio.

Las plazas y los platos combinados

Qué bueno sería eso de una ciudad virtual, como la que aparece en las recreaciones en tres dimensiones que diseñan los arquitectos en sus proyectos. Que mira que me gusta a mí cómo quedan cuando las veo en el ordenador. Lo que pasa es que luego, no sé porqué oscura razón del arte de poner y quitar baldosas, no queda como lo hemos visto en las imágenes, que si no, tendríamos un Jaén más bonico que todas las cosas. Con lo de las recreaciones pasa como con las fotografías de los platos combinados en los bares, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La plaza de Rosales, que ya tenía sus carencias virtuales, tornó en 'mamotreto', como los huevos fritos que me pusieron este fin de semana en un bar del Bulevar (que no sé qué se me habría perdido a mí tan al norte), que parecían dos antepasados lejanos con tuberculosis de los que habían fotografiado los muy miserables en el plato combinado número tres, si la memoria no me falla. También estaba bien bonita la plaza de la Constitución vista desde las alturas. Hay que ver qué preciosidad de vista aérea, que bien compuesto todo recreando la estrella de David. Lo que pasa es que todavía en Jaén no usamos la avioneta ni el helicóptero, y tenemos la insana costumbre de pasear y sentarnos en nuestras plazas y circular alrededor de ellas con nuestros coches. Tonterías jienenses, qué le vamos a hacer. También han llamado mi atención las personas que salen en esas recreaciones. Qué gachonas, oye y qué niños más educados y limpitos. Y qué jovencitos y de clase media son todos, que no se ve ni un mendigo, ni un anciano intentando zafarse de las escaleras. En fin, que me gusta a mí eso del mundo virtual, que está todo muy bien puesto; hasta parece que no hay ni parados. Por eso, por lo pronto, me gusta la remodelación de la plaza de Santa María, aunque no sé yo cómo quedará con grafittis en el granito negro de la plataforma. Pero ya digo, por el momento, me gusta mucho, incluso como decorado para una película futurista de esas que hace Cameron.