Solar y el tiempo detenido

Fue sólo un momento, apenas unos segundos. En un instante, el reloj, el tiempo, se paró en el salón de plenos del Ayuntamiento de Jaén, el pasado viernes, durante la renuncia a su acta de concejal de Inmaculada Solar. En ese precioso y atípico momento todos los concejales recordaron por qué decidieron un día dedicarse a la política. Y se preguntaron, “¿qué coño estamos haciendo?”, o por lo menos a mí me dio esa impresión. Aunque tal vez sólo fuera que pudo más la tristeza de la despedida, que la alegría de ver cómo por fin dejaba de marchitarse en el desierto político que nos ha legado la mediocridad en esta ciudad, Inmaculada Solar Beltrán. La etapa Rajoy-Arenas dejó escapar el último ‘centro-izquierda’ de su partido; dejó escapar la última oportunidad de no condenarse de por vida en las mayorías absolutas y obligar a todos los franquistas que aún abriga el Partido Popular a retirarse a sus museos de cera, con sus estampitas, sus banderitas y su estética de lametón de vaca por peinado. Se fue una mujer de derechas que proclama la República. Y eso no es otra cosa que madurez política, algo que perdió este país mientras se llenaba el pecho de medallas ebrias de Transición. Pero lo peor de todo es que se fue cuando más útil para todos podía haber sido; se fue la Inmaculada Solar consciente de todo lo que había hecho mal en política; se fue cuando comprendió cuántos errores cometió, cuántos actos imprudentes, inoportunos gestos y aceleradas palabras. Y se fue pidiendo disculpas y reclamando a su partido la misma madurez que a ella le despertó a hostias la vida política. Durante un momento se paró el reloj en el salón de plenos, sí. Sólo durante un pequeño instante. Después todo volvió a ser igual, las ruedas volvieron a engrasarse y las piedras volvieron a moler el grano. Pero, ojo, ese pequeño instante que no ha salvado a Solar ni a José Luis Cano (que ¡cuánto hubiese deseado ser él mismo Inmaculada!) pero puede que sí lo haga, en el futuro, con otros maduros, buenos y leales políticos.

Móvil en prelavado, lavadora en silencio

Esto de las nuevas tecnologías está muy bien, siempre lo he dicho. Primero fueron las televisiones a color, que aunque no recuerdo cuando se produjo el cambio en mi casa, estoy seguro de que sería todo un acontecimiento ver a los payasos de la tele con sus túnicas rojas. Luego los mandos a distancia, absolutamente necesarios cuando se prodigaron las cadenas y había tanta tela que cortar en las televisiones privadas en España. El problema es que en pocos años se empeñaron en dotar de mando a distancia a cualquier electrodoméstico, con lo que hasta el transistor en el que escuchaba el fútbol los domingos tenía un mando de estos, que era generalmente mayor que el aparato en cuestión (incluso con antena extendida). Una vez más la teconología vino en nuestra ayuda y algún cráneo privilegiado comercializó el mando universal, que cambiando de modo sirve para cualquier aparato.
Llegados a este punto suplico a las grandes mentes del mundo que faciliten a los internautas del mundo la clave universal. Por el amor de Dios, una única palabrita para quien no tiene más remedio que acceder a múltiples servicios de internet. No es una cuestión sólo de unificar la contraseña. Necesito la clave universal, que el ordenador descifre el iris de mi ojo o la dulce cadencia de mi voz y me de acceso sin necesidad de recordar la clave para iniciar el ordenador, el usuario de entrada del correo, el Facebook y Twitter del trabajo; el del correo, Facebook y Twitter, personal; el correo, el Facebook y Twitter de la asociación con la que colaboras; la entrada para consultar tus números bancarios; las claves de la tarjeta del banco y la de crédito; el pin del teléfono móvil; el código que tu mujer tiene puesto en el portatil; el del lápiz para conectarte a internet... ¿Pero es que no lo véis?, gurús de las nuevas tecnologías, tanto inventar redes sociales y herramientas para los usuarios, ¡que va a llegar un día en el que pongamos el móvil en prelavado y la lavadora en silencio